Como cada noche, Michael llegó a su hogar cansado tras la jornada laboral. Saludó a Lise - su esposa - y, de forma automática, le preguntó por los pequeños Mike y Arthur, que hacía tiempo que dormían. Michael se sentó en la pequeña mesa que utilizaban para comer mientras su esposa le preparaba algo de cenar. En su espera, Michael fijó su mirada en las brasas que surgían de la chimenea. El fuego poco a poco iba consumiendo la leña y sin saber porqué y de forma involuntaria creyó estar viendo una metáfora de su propia vida. El tiempo consumía su vida y, a su vez, su vida sucumbía ante aquella triste y desesperante monotonía, era el maldito día a día. "Era imposible saber si las brasas consume la leña o es la misma leña la que se entrega al calor de las brasas" pensó Michael. "Creo que hoy he tenido un día bastante duro".
Despegó su vista de la chimenea - o de su propia vida - y echó un vistazo a aquella sala. Una estantería con libros, una decoración hecha a semejanza del dudoso "buen gusto" de su suegra...finalmente decidió que pediría unos días libres en el trabajo. Sin embargo, su vista se posó en aquel extraño aparato electrónico que, años atrás, le había regalado un primo suyo el día, calificado a su juicio de "dramático", de su boda. Hasta aquel momento no había tenido otra función que la que puede tener un gato de escayola. Ocupaba un lugar que seguramente habría tenido un peor aspecto si hubiera estado vacío. Michael sintió el impulso de acercarse al receptor de radio y ver cómo funcionaba. Pulsó el botón que activaba la emisión y giró la pequeña ruedecilla que establecía la frecuencia. De repente, aquel aparato comenzó a emitir sonidos. En principio, unas molestas interferencias, luego una voz con bastante ruido, hasta que finalmente Michael consiguió sintonizar la frecuencia adecuada y escuchar con claridad lo que parecía ser una banda de música. Michael pensó que si un mago le hubiera concedido un deseo no habría pedido otra cosa que escuchar aquellos acordes que ahora inundaban su salón. Reguló el volumen con la otra ruedecilla y se sentó en el butacón con los ojos cerrados.
Michael, mientras escuchaba aquella música, iba cambiando la percepción de su propia vida. Tenía gracia aquel, hasta entonces, aparato electrónico de decoración que le había regalado su primo. "Creo que a partir de ahora tomaré por costumbre esto", se dijo. E incluso, llegó a pensar que el día de su boda no fue "dramático" sino simplemente un "mal día" que puede tener cualquiera. Fue entonces cuando, de forma brusca, la emisión fue interrumpida y una voz nerviosa pero firme anunciaba lo siguiente:
Señoras y señores, les presentamos el último boletín de Intercontinental Radio News. Desde Toronto, el profesor Morse de la Universidad de McGill informa que ha observado un total de tres explosiones del planeta Marte entre las 7:45P.M. y las 9:20P.M. Les mantedremos informados.
Michael abrió los ojos y palideció. ¿Podía ser cierto aquello? Lise, desconcertada, primero por que su marido hubiera encendido la radio y más aún por el angustioso mensaje que transmitía, abandonó la preparación de la cena y se sentó al lado de Michael observando boquiabierta aquel aparato electrónico. La banda de música continuaba tocando, pero el sentimiento que antes había experimentado Michael se había transformado en una sensación insoportable de angustia e incertidumbre. Ni se dirigieron la palabra. Unos instantes después se volvió a cortar la emisión y la intervención no dejaba lugar a dudas sobre lo alarmante de la situación. Una voz nerviosa y presa del pánico decía:
Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado, un objeto volador no identificado acaba de tomar tierra ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo. Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro de discos luminosos... ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea...
Michael saltó como un resorte y sin dudarlo un momento subío las escaleras hacía su habitación. Tal era el estado de nerviosismo que tropezó en el penúltimo escalón y, de no haber sido porque se agarró a la barandilla, habría caído de bruces. Tenía muy claro lo que buscaba. Sin perder un segundo abrió el segundo cajón de su mesa de noche, en la parte de atrás había una pequeña caja fuerte. Marcó la combinación 7749 y dentro, donde debía estar, encontró su preciada Colt M1911. Michael era de esos hombres que, en situaciones extremas, sentían una falsa seguridad si tenía cerca un arma. La invasión marciana había llegado y, probablemente, ya no habría nada que hacer. Últimamente se había hecho muchas series televisivas sobre el tema, pero sabía que aquella amenaza era real. Los gritos y el pánico retumbaban abajo, en el salón. Según decía el receptor, los supuestos marcianos habían atacado a la muchedumbre que los rodeaba. Luego, gritos, pánico, caos...
Lise subió al encuentro de su marido con una expresión desencajada en el rostro. Su angustia no hizo más que aumentar cuando lo vió con el arma en las manos.
- Michael, ¿qué piensas hacer con eso? - le grito entre sollozos.
- Es demasiado tarde - contestó Michael con la mirada ida - Es el final. - sentenció -.
Sin dudarlo, con una decisión propia de la locura, Michael entró en la habitación de los niños. Mike y Arthur dormían tranquilamente. Aquella habitación parecía ajena al caos progresivo que, poco a poco, se apoderaba del mundo. Una tenue luz iluminó vagamente el rostro sereno de los dos niños que, en el mundo de los sueños, parecían ser indiferentes a ese fin tan próximo. A la destrucción progresiva y sistemática del ser humano. Al fin de la humanidad. Mientras, las noticias seguían resonando desde abajo. Muerte, destrucción, gritos, caos...
Michael sabía lo que debía hacer. Daría la vida por sus hijos y estaba dispuesto a ahorrarles todo el sufrimiento que se avecinaba. Lise, sin saber las intenciones reales de su marido, no hacía más que sollozar presa de un ataque de pánico. De pronto, Michael, con una asombrosa sangre fría, encañonó a Mike en la cabeza. Los gritos de Lise hicieron que ambos niños, aturdidos aún, fueran regresando a la realidad. "¿Qué pasa mamá?", preguntaba Arthur, que aún seguía abrazado a su pequeño oso de peluche. La voz anónima del receptor, cuya palabra era elevada a verdad absoluta, seguía haciendose eco de todo el horror que los alienigenas habían causado en Nueva York y Nueva Jersey.
Estaba dispuesto a apretar el gatillo, cuando, esa misma voz cambió el tono. Los gritos dejaron de sonar y la sensación de terror desapareció de la transmisión. Michael, extrañado por este cambio, trató de entender lo que aquellas palabras decían:
Soy Orson Welles, damas y caballeros, les aseguro que la guerra de los mundos no tiene un significado más allá que el de vestirnos con una sábana y saltar de un arbusto y decir "Boo!". Hemos aniquilado el mundo entero ante tus orejas, y destruyeron la CBS , espero que hayan aprendido que no hablaba en serio, y que tal institución aún está abierta. Así que adiós a todos, y recuerden, por favor, la terrible lección que han aprendido esta noche: el invasor globular de su sala de estar es un habitante de la parcela de calabazas, y si su timbre suena y no hay nadie, no era un marciano - es Halloween.

¡Qué buena entrada la de la guerra de los mundos!
ResponderEliminarTe enlazo a mi blog, un saludo
Lo que a mí verdaderamente me preocupa es que esto que pasó en su momento con la "Guerra de los Mundos" no sea sólo un hecho aislado, sino que se de todos los días.¿Por qué tenemos que creernos todo lo que nos cuentan?
ResponderEliminar